Estas reflexiones tienen un punto pesimista. Pues escribo
para mí solo, tienen ese punto de autocomplacencia que ineludiblemente provoca
una dulce amargura. Soy hombre, por naturaleza, pues, gregario y con necesidad
de sobresalir entre mis iguales, de reconocimiento y de afecto. Y aunque en
soledad, necesito justificar lo que escribo, porque ello también contribuye a
la autocomplacencia; pero también porque aleja el temor y forma, además, parte
de esta aludida naturaleza humana (que también me justifica). Yo, lo que afirmo
ahora, tal vez en otra ocasión lo contradiga.
“Andamiaje” era un término de moda cuando se llevaba la
psicopedagogía. Ahora, las dos revistas que ojeo –“EPAA/AAPE” (en sus siglas
inglesas e hispano-portuguesas) y “Revista de Educación”, las dos gratis, las
dos por Internet- apenas se ocupan de los supuestos “mecanismos cognitivos” que
facilitan el aprendizaje de los niños. Supongo que aún habrá departamentos y
cátedras en las Facultades de Psicología o incluso de Pedagogía que se ocupen
del tema. Y que cada cierto tiempo aporten nuevos conocimientos y propongan
nuevas aproximaciones conceptuales y metodológicas (como se dice, o se decía). Es
en la prensa profesional –la que llega al Instituto: “Magisterio” y “Escuela
Española” (o tal vez con nombres cambiados; las dos, como su propio nombre indica,
con una tradicional vocación sindical de los maestros de educación primaria)-,
en los medios de comunicación de
masas –en la radio o televisión o los periódicos-, y en la demagogia
política, donde sigue floreciendo este discurso, generalmente a muy bajo nivel
de exigencia o coherencia doctrinal. También, contradiciendo quizá el tópico
positivista que las caracteriza, en las didácticas de las ciencias:
experimentos para hacer más amenas la química o la física, para “motivar”
(pervirtiendo el concepto), o para incluso pretender facilitar la comprensión
de los fenómenos y los procesos naturales. Lo que leo en esas dos revistas, lo
que enseñan en las facultades de Pedagogía es principalmente organización
escolar, teoría del currículum, y política o políticas educativas. Revestidas,
cuando el caso lo requiere, del aparato estadístico que sustente las conclusiones.
La tecnología educativa que no se comprenda así, la didáctica que no se oriente
a esa teoría del currículo, se restringe a la “competencia digital”, a la
utilización de las nuevas (¿?) tecnologías de información y comunicación –las
ntic-, y a la formación “on line”.
Pero, tal vez, el abandono del tópico psicopedagógico –permítaseme
esa expresión- tenga su razón. Escribí en un artículo que desde una perspectiva
critica la educación es de hecho sociología de la educación. Y el revisor se
escandalizó y calificó la afirmación de delirante y gratuita, por no estar justificada.
Una declaración así no se puede justificar ni en uno ni en mil artículos; pero
sí se puede desarrollar, y yo sí la desarrollaba: “De
las demandas del sistema (social) se derivan la tipología de los centros, las
cohortes de alumnos seleccionados, los diferentes comportamientos o actividades
escolares, y las diferentes tasas de éxito escolar”. Será, por tanto, en
esas demandas, y en esos entornos donde habrá que seguir investigando. Vuelvo,
pues, al tema: tal vez no se puedan poner más andamios que los que ya se
conocen. Y, sean muchos o pocos, requieren además el asentamiento propicio,
asentamiento que tiene que ver obviamente más con las circunstancias que con
las propias construcciones de apoyo. ¿Cómo voy yo a hacer comprender que sumar
es juntar, que restar es quitar, que multiplicar es sumar lo mismo varias veces
o que dividir es repartir, a una niña de dieciséis años de 3º de ESO (¡!) en
una hora de apoyo a la semana? ¿Lo podrá comprender algún día?¿Se le podrá
hacer comprender algún día? Yo me considero incapaz, ahí, y probablemente en
cualquier parte. Quizá alguien lo sea –pero me parece increíble que lo sea en
este contexto (esto me conduce a otra reflexión, que dejo para más adelante,
sobre lo hermoso que es el concepto de integrar al que, comparativamente, ya
está integrado).
Acabo. Quiero creer que mi trabajo sirve para algo, y para
algo más que para dirigir un aprendizaje que sin mi intervención se produciría
igualmente. La experiencia me dice que es, además, así: que yo aprendí con unos
maestros, y que los hubo mejores y peores, y que como ser humano gregario,
necesité de ellos, y me facilitaron la instrucción. Y que hay métodos mejores y
peores. Y estoy por tanto dispuesto y quiero aprender mejores métodos y
didácticas… ¿Entonces? Lo que no quiero, ni puedo, es no ya realizar milagros,
humildemente tampoco siquiera acometer terapias para las que no estoy
preparado, ni probablemente ya nunca lo esté.
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