No quiero que estas reflexiones sean como el artículo de
periódico de provincias que exige el retruécano, la ocurrencia ingeniosa o la
salida de tono –como el humor al uso del público que lo consume: hablar de lo
que todo el mundo habla, y de lo que se tiene que opinar. Pero sobre la nueva Ley
de “Mejora” de la Calidad Educativa todo lo que se me ocurre es de lo que acabo
de hablar: “Mejora”, que a mí me suena a nombre de vaca de cría o de ordeño
excelente –la opuesta a la “peora”-, la que más produce. Esto –producir- es lo
que supuestamente la nueva ley procura. Algo no raro a las leyes educativas.
Las leyes organizan, ordenan o prohíben. Y como no soy ingenuo –aunque sea
bienintencionado- no puede suponer de antemano que esa organización, ordenación
o prohibición pretenda siempre mejorar las condiciones de vida de la gente…
¿Qué es la calidad de educación, además? Se puso de moda hablar de “calidad de
vida” –decía un amigo arquitecto que como si la vida fuera carne de ternera-, y
lo que se vendían eran adosados en zonas suburbiales (pero; a pesar de la
introducción del modelo foráneo, el término suburbio no mejoró su significado,
se inventó otro: urbanización). Calidad es un sustantivo abstracto, que hace referencia
justamente a lo propio, a la cualidad de alguien –en principio, luego de algo:
la bondad es la calidad de bueno. ¿Qué es, entonces, repito, “calidad de
educación”? ¿Cómo es la educación que no parece educación?, ¿del mismo modo que
no parece carne de ternera la que es de mala calidad?
Teresa, mi mujer, lo tiene claro: calidad de algo es lo que
una mayoría de personas puntúa
alto en una escala tipificada de ítems… Y eso es justamente lo que parece que
estos sujetos –lo que han legislado- entienden…, salvo por lo de “mayoría de
personas”. Calidad de educación es supuestamente alcanzar altas puntuaciones en
los indicadores de calidad… Pero la forma más rápida de alcanzar altas
puntuaciones no es modificando las conductas que deberían ser notadas por los
indicadores, sino los indicadores mismos (es fácil, si el indicador es la
matrícula de alumnos extranjeros, se matricula a los alumnos extranjeros a
cualquier costa, no se modifican las condiciones docentes que deberían
atraerlos).
Pero no puedo criticar aquí esos supuestos indicadores de
calidad educativa. Ni siquiera, el concepto en sí. Lo hice en una tesis de
grado –una tesina, que decían-, a la que por cierto dieron premio
extraordinario en la universidad. Afirmo, para quien le interese mi opinión, y
en línea con las anteriores reflexiones publicadas en este blog, que la
educación es una cuestión de voluntad política y de honestidad, cuestión que
desgraciadamente no le importa a nadie… Les importa, como ya he apuntado, la
formación de sus hijos. Y en línea con esta afirmación puedo criticar la ley,
con la misma falta de ingenuidad, aunque con igual bonhomía: cómo es como esta
ley pretende mejorar lo que sus mismos redactores consideran calidad educativa.
Porque el sistema educativo español puede mejorar. Debe
mejorar, seguro. Hay una contradicción insalvable entre el espíritu “progre”
que lo diseñó en los años ochenta
del pasado siglo y el posibilismo burdo que trata de acomodarlo a la realidad
capitalista neoconservadora de estos inicios del siglo XXI. Pero yo no puedo
aceptar que la solución sea facilitar la voladura del sistema, favorecer una
supuesta autonomía de centros que provocará finalmente que sean los de siempre
los que gocen de educación de primera, y sean los de siempre los que sufran una
educación de circunstancias. Tan escandalosa es esta constatación por ley de
que se tendrá que concertar a los centros del Opus Dei que segregan a los
alumnos por sexo, o que podrán seleccionar los directores de centros públicos a sus oportunos profesores -al
margen de “concursos centralizados públicos”-, que los otros aspectos
ideológicos (la redención de la asignatura de Religión, principalmente) se me
antojan matices pintorescos de la España eterna de aguafuerte y claroscuro… Ni
siquiera tengo claro si la ley resuelve convenientemente –aún adelantando a los
quince años el paso a la formación profesional- la imposibilidad de promocionar
con tres asignaturas pendientes y de repetir más de una vez en los cursos
correspondientes. Ni tengo clara la necesidad de adelantar a cuarto de
enseñanza secundaria la diversificación… Me duele, todo ese retroceso de
universalidad y comprensividad educativas; no creo que sea una buena solución a
la contradicción que antes apuntaba; pero, repito nuevamente, estos debían
haber sido los temas de debate, el objeto de una nueva ordenación del sistema.
Aspectos importantes, solucionados a su manera; pero, sobre todo, emborronados
por una aterradora visión ideológica e ideologizada de la educación. Pero no
soy ingenuo: la ley nunca ha sido garantía para todos, toda ley ha sido siempre
garantía de unos cuantos.
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