¿Qué se hizo de tanta gala y de tanto ingenio? La elegancia
con perspectiva es siempre ridícula y un punto impotente. No sea yo pedante:
tanto ropaje verbal pedagógico con excesiva frecuencia reviste banalidad; en
aquel caso, tal vez, osadía psicologicista (¿existe este término?).
Tal vez este artículo podría titularse “qué fue de la
LOGSE”. De ella queda mucho: la estructura del sistema educativo, sin ir más lejos. De eso
escribiré más adelante.
He discutido límites a la educación, y también –y mucho más-
a la pedagogía. Al intento –tonto- de pretender enseñar a aprender a un niño no
cabe ponerle límites…, es humo (aclaro: no es vana la pretensión de exigir
cínicamente “aprender a aprender” a un adulto, de que cada cual sea responsable
de por vida de su formación, y por ende de su competencia para venderse en el
mercado de trabajo; esta versión capitalista del este principio básico del
“aprendizaje significativo” no es vana, es perversa: el la “competencia básica”
que apunta la actual Recomendación de la Comisión Europea).
Para saber cómo aprender hay que saber mucho, muchísimo, hay
que haber llegado al ápice de la formación en cada campo: y aún lejos de ese
ápice, la mayoría seguramente reconoceremos humildemente que sólo sabemos
copiar, que sólo sabemos reordenar-siempre a posteriori- la información que
hemos ido adquiriendo…, en el mejor de los casos, que habremos aprendido cómo
rellenar los huecos que esa acumulación de datos, herramientas, rutinas (como
ahora se dice) iba ineludiblemente dejando.
Cuando comencé a dedicarme a esto de la educación –principio
de los noventa del pasado siglo, justamente hacia el final del diseño de la
LOGSE-, ya toda aquella literatura me parecía delirante: aquel Diseño
Curricular Base, con tanta fuente curricular, aquellas ejemplificaciones que
comenzaban con una gota de agua y acababan en el Big-Bang… Yo no podía comprender que sus autores creyeran
sinceramente que un niño –pongamos que con la adecuada guía- sería capaz de
construir –de descubrir, como si ya estuviera dado- el “modelo” científico
–como si tal hubiera- que a la humanidad le había costado 120.000 pergeñar…
(quizá por aquel entonces yo creyera que la humanidad era incluso más antigua).
Lo que pensaba, realmente, era que Coll, Marchesi, Palacios, Rivière,
etcétera, no eran científicos (en el sentido tradicional del término; esto es:
no eran de ciencias), eran en el mejor de los casos unos ilusos, o unos
ignorantes que no sabían ni lo que no sabían (del peor género, de los que ni
siquiera pueden aprender porque creen saberlo todo). En el peor de los casos, y
el tiempo luego me confirmó en esta idea, unos soberbios necios que
despreciaban, a la par que al conocimiento científico, a todos los pedagogos y
a toda la pedagogía anterior… Yo a esto último no era tan sensible, porque ni
era educador, ni tampoco pedagogo. Cuando luego me matriculé en Pedagogía,
salvo en alguna asignatura en que reivindicaban el aprendizaje por
descubrimiento –o aproximaciones-, apenas tuve ocasión de discutir estos
tópicos. La Facultad de Pedagogía de la Universidad de Salamanca había
contribuido con Diéguez –según creo- a la anterior confección curricular de la
Ley General de Educación, no sé si a los Programas Renovados de los primeros
gobiernos de la Democracia, con Mayor Zaragoza como ministro del ramo. La
Facultad de Pedagogía había quedado muy marginada en la elaboración de la LOGSE
(no así la de Psicología, en la que se encontraban muchos de aquellos autores
de la pretendida revolución psicopedagógica). Todo esto sobra; pero si lo
apunto es para comparar ese desprecio con el que mostraban también por toda la
enseñanza anterior –no sé si llamarla pedagogía- sus archienemigos (por
supuesto de aquella enseñanza, pero sobre todo de este aprendizaje guiado) de
la enseñanza programada –el desprecio publicado de Skinner; pero sobre todo el
más cercano del profesor de Didáctica: Gómez Dacal-.
Si escribo esto no es para saldar cuentas pendientes –que no
tengo con nadie, ni a las que no podría atender desde mi posición y con esta
nota: de todas las personas citadas sólo conocí a éste último, y a Diéguez de
forma superficial-. Esas críticas duras (ilusos, ignorantes, soberbios) ni van,
ni pueden ir dirigidas a personas reales que desconozco, sino a autores
anónimos, no contemplados en su integridad, sino desde la perspectiva en la que
pueden entenderse como representantes “paradigmáticos” de las ideas –estas sí:
absurdas- que critico…
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