El IES ha
abierto expediente a dos alumnos de 1º de ESO. No llevan tres meses, y acumulan
no sé cuántas amonestaciones y apercibimientos. A mí me maullaron en clase, se lanzaron
bolas de papel, se me cambiaron de grupo… No me daban excesivamente la lata: a
pesar de los maullidos –un día-, o de las bolas de papel –cuando yo nos les
veía, uno o dos días más, y no fueron los únicos-, ni me interrumpían
demasiado las clases, ni nunca se me enfrentaron… No hacían –o hacen- nada, por
supuesto: ni atienden a las explicaciones, ni toman los apuntes en el cuaderno
(les dicto preguntas y respuestas del libro de texto, les hago copiar los
dibujos del encerado), ni hacen los ejercicios. Atienden y copian hasta que se
aburren, escriben y se mandan sus múltiples notas, dibujan sus tristes y
tópicos diseños –muchos pretendidamente obscenos-, de vez en cuando hablan y
molestan, y con mucha frecuencia se pasan largos ratos mirando al vacío…
La compañera que ha tenido que instruir uno de los
expedientes está desolada. ¿Qué se puede hacer, qué se debe hacer, con alumnos
tan pequeños, que llevan tan poco tiempo con nosotros?
Hay que explicar las características del centro: rural,
atendiendo a un área bastante despoblada, incluso con población dispersa en las
dehesas, con pocos alumnos. Todos familias conocidas en sus entornos. Una
sociedad conservadora de la España profunda. Representan los valores tópicos de
Castilla: seriedad, firmeza, sencillez, rectitud. De hecho, muchos alumnos
quieren ser toreros.
A estos alumnos también se les conoce bien. No han repetido
un curso en Primaria, aunque los niveles de uno de ellos se corresponden con
los de tercero (es lo que viene diciendo el Equipo de Orientación, a mí me
parece que escribe bastante bien y, desde luego, ninguno de ellos muestra
ningún retraso de desarrollo ni físico, ni intelectual). Sus familias, por uno
u otro motivo, no se ajustan a este modelo de sociedad conservadora. Ambos
tienen hermanos mayores, y también sus hermanos mayores han fracasado en la
escuela (uno de estos, puede que llegue a titular).
Estos objetores escolares –hemos tenido alguno más- destacan
mucho, porque aunque los resultados académicos del IES no sean muy brillantes,
afortunadamente, no abundan mucho. Entonces, contando con este centro enclavado en una
sociedad tan estable, con un alumnado tan poco numeroso y tan poco conflictivo,
con un claustro de profesores maduro y homogéneo –muy mayoritariamente
compuesto por funcionarios, con bastante experiencia, de edad parecida, en el
que apenas hay cambios de año en año-…¿qué se puede hacer para rescatar a estos
alumnos que ya, a la primera de cambio, están perdidos?
Le di mi opinión a la compañera: “nada”; “poco o muy poco”.
Y a otros compañeros. Todos los sabemos: sabemos lo que les espera a estos
alumnos, y lo que nos espera: aguantarles cuatro años más, cada año de peor
manera. Al final, para ellos, un certificado de escolaridad. Probablemente, un
módulo de formación profesional básica –el PCPI, como lo llaman ahora.
¿Qué se podría hacer? En el centro, nada. Lo sabemos todos:
habría que sacarles de clase, tendríamos que comprometernos todos a impartir un
programa alternativo, que tendría que ser consensuado y coherente, en otra hora
adicional. Una posibilidad irreal, poco factible: aun suponiendo un compromiso colectivo, su puesta en práctica sería demasiado compleja, teniendo
en cuenta la estructura organizativa del centro. Las otras, y seguras medidas,
son formas encubiertas de autojustificación y fracaso: alguna medida
disciplinaria contemplada en la legislación vigente (ahora no se puede citar la
palabra “expulsión”) ; luego, alguna hora más de apoyo en lengua y matemáticas…
Fuera del centro, … La Iglesia sabe cómo educar a sus
cachorros desde hace siglos. Nosotros, también. Se coge a un niño, mejor de
diez que de doce años. Se le saca de su entorno. Se le introduce en un ámbito
cerrado, estrictamente organizado, con una rutina sostenida, con el tiempo
ocupado, con una jerarquía bien visible y unas normas claras y manifiestas. Y
no solo eso: se le presenta una lógica unívoca y evidente, se le ofrecen
métodos y medios para sublimar pasiones, se le presentan nítidas expectativas
de futuro –que trascienden la vida misma-, se… Las probabilidades de éxito,
incluido con honestidad el éxito paradójico (la contestación interna), son
elevadísimas.
Y no solo lo sabe la Iglesia: lo saben todas las iglesias, y
los ejércitos, y hasta los correccionales. Si unimos al método un personal
entregado, convocado por la providencia a la tarea de instruir a nuevos
soldados –no el tipo de funcionario gris al servicio de la organización-, se
pueden explorar nuevos campos, algunos con un toque más “humano”: la escuela de
circo, la escuela-hogar, la granja-escuela…
¿Es esto lo que queremos? Afortunadamente, estas
alternativas tampoco son posibles en la práctica. Lo más aproximado sería un
“internado”, al que estos alumnos, según creo, tampoco podrían acceder.
“Habría que”… Sí, pero aunque me desdiga, la voluntad
política requiere también ideas claras y distintas. ¿Cómo entiendo yo la
educación?, ¿qué finalidad tiene para mí la educación?, ¿qué ideal de sujeto
conforma en mí el ideal de educación?, ¿qué hago yo en un sistema escolar de
estado?, ¿qué estoy dispuesto a aportar a mi acción educativa y a cambió de
qué?...
Quizá, como le he comentado a la compañera, lo realmente
sano y maduro es aceptar ese papel de funcionario. Rechazar el narcisismo
implícito que supone considerarse el responsable de todos los males del
universo, o –en el minúsculo rincón que ocupamos- responsables de todos los
fracasos de la educación.