Bienvenida

Publiqué este blog como un ejercicio en un curso de estos de “formación permanente”: las cien horas que hay que hacer para tener sexenios. Nunca me pareció serio. Siempre pensé, además, que el sentido de un blog para comunicarse con ocho alumnos, a los que ves cuatro horas a la semana, es muy discutible… Lo que tenga que decir, o hacer, o exigir, lo puedo hacer mejor y más cómodamente, cara a cara. Aún más, comparto a medias la opinión, que alguna vez oí, de que un blog es una muestra y una obra de egolatría –aunque no fuera mi caso. Y para acabar, no tengo cuenta en ninguna red social –ni facebook, ni twitter, ni tuenti. También prefiero, a los pocos amigos que tenga, tenerlos cara a cara.

Subí al blog lo exigido, los cuatro cachivaches –gadget- que “la casa” provee. Y así ha estado, apenas sin usar todo este tiempo. Aún así, las entradas están etiquetadas: si algún alumno quiere buscar información relevante o material específico para su curso, puede picar la etiqueta correspondiente.

Ahora, y a pesar del pudor que me provoca esta decisión (por aquello de la egolatría), en vez de borrarlo, he pensado en utilizarlo para publicar lo poco que tenga que decir: mis opiniones sobre la educación, sobre lo que me sucede como profesor (educador, como se dice ahora), lo que me sugiere lo que leo sobre educación… Iba a escribir que no creo que estas opiniones importen a nadie…, lo he escrito, y escrito queda; pero tampoco me importa, o mejor: menos me importa eso. El imposible anonimato –el propio vehículo, y las técnicas de búsqueda en él, lo impiden- me da la falsa confianza que preserva el pudor que antes confesaba.

Después de esta declaración de principios, iré pues subiendo esas opiniones. La primera entrada es la propia crítica al rimbombante título de este blog: " ¿Conocimiento y entorno?... ¿Qué entorno?". Luego vendrán más.

domingo, 26 de enero de 2014

"Andamiaje"


Estas reflexiones tienen un punto pesimista. Pues escribo para mí solo, tienen ese punto de autocomplacencia que ineludiblemente provoca una dulce amargura. Soy hombre, por naturaleza, pues, gregario y con necesidad de sobresalir entre mis iguales, de reconocimiento y de afecto. Y aunque en soledad, necesito justificar lo que escribo, porque ello también contribuye a la autocomplacencia; pero también porque aleja el temor y forma, además, parte de esta aludida naturaleza humana (que también me justifica). Yo, lo que afirmo ahora, tal vez en otra ocasión lo contradiga.
“Andamiaje” era un término de moda cuando se llevaba la psicopedagogía. Ahora, las dos revistas que ojeo –“EPAA/AAPE” (en sus siglas inglesas e hispano-portuguesas) y “Revista de Educación”, las dos gratis, las dos por Internet- apenas se ocupan de los supuestos “mecanismos cognitivos” que facilitan el aprendizaje de los niños. Supongo que aún habrá departamentos y cátedras en las Facultades de Psicología o incluso de Pedagogía que se ocupen del tema. Y que cada cierto tiempo aporten nuevos conocimientos y propongan nuevas aproximaciones conceptuales y metodológicas (como se dice, o se decía). Es en la prensa profesional –la que llega al Instituto: “Magisterio” y “Escuela Española” (o tal vez con nombres cambiados; las dos, como su propio nombre indica, con una tradicional vocación sindical de los maestros de educación primaria)-, en los medios de comunicación de  masas –en la radio o televisión o los periódicos-, y en la demagogia política, donde sigue floreciendo este discurso, generalmente a muy bajo nivel de exigencia o coherencia doctrinal. También, contradiciendo quizá el tópico positivista que las caracteriza, en las didácticas de las ciencias: experimentos para hacer más amenas la química o la física, para “motivar” (pervirtiendo el concepto), o para incluso pretender facilitar la comprensión de los fenómenos y los procesos naturales. Lo que leo en esas dos revistas, lo que enseñan en las facultades de Pedagogía es principalmente organización escolar, teoría del currículum, y política o políticas educativas. Revestidas, cuando el caso lo requiere, del aparato estadístico que sustente las conclusiones. La tecnología educativa que no se comprenda así, la didáctica que no se oriente a esa teoría del currículo, se restringe a la “competencia digital”, a la utilización de las nuevas (¿?) tecnologías de información y comunicación –las ntic-, y a la formación “on line”.
Pero, tal vez, el abandono del tópico psicopedagógico –permítaseme esa expresión- tenga su razón. Escribí en un artículo que desde una perspectiva critica la educación es de hecho sociología de la educación. Y el revisor se escandalizó y calificó la afirmación de delirante y gratuita, por no estar justificada. Una declaración así no se puede justificar ni en uno ni en mil artículos; pero sí se puede desarrollar, y yo sí la desarrollaba: “De las demandas del sistema (social) se derivan la tipología de los centros, las cohortes de alumnos seleccionados, los diferentes comportamientos o actividades escolares, y las diferentes tasas de éxito escolar”. Será, por tanto, en esas demandas, y en esos entornos donde habrá que seguir investigando. Vuelvo, pues, al tema: tal vez no se puedan poner más andamios que los que ya se conocen. Y, sean muchos o pocos, requieren además el asentamiento propicio, asentamiento que tiene que ver obviamente más con las circunstancias que con las propias construcciones de apoyo. ¿Cómo voy yo a hacer comprender que sumar es juntar, que restar es quitar, que multiplicar es sumar lo mismo varias veces o que dividir es repartir, a una niña de dieciséis años de 3º de ESO (¡!) en una hora de apoyo a la semana? ¿Lo podrá comprender algún día?¿Se le podrá hacer comprender algún día? Yo me considero incapaz, ahí, y probablemente en cualquier parte. Quizá alguien lo sea –pero me parece increíble que lo sea en este contexto (esto me conduce a otra reflexión, que dejo para más adelante, sobre lo hermoso que es el concepto de integrar al que, comparativamente, ya está integrado).
Acabo. Quiero creer que mi trabajo sirve para algo, y para algo más que para dirigir un aprendizaje que sin mi intervención se produciría igualmente. La experiencia me dice que es, además, así: que yo aprendí con unos maestros, y que los hubo mejores y peores, y que como ser humano gregario, necesité de ellos, y me facilitaron la instrucción. Y que hay métodos mejores y peores. Y estoy por tanto dispuesto y quiero aprender mejores métodos y didácticas… ¿Entonces? Lo que no quiero, ni puedo, es no ya realizar milagros, humildemente tampoco siquiera acometer terapias para las que no estoy preparado, ni probablemente ya nunca lo esté.