Bienvenida

Publiqué este blog como un ejercicio en un curso de estos de “formación permanente”: las cien horas que hay que hacer para tener sexenios. Nunca me pareció serio. Siempre pensé, además, que el sentido de un blog para comunicarse con ocho alumnos, a los que ves cuatro horas a la semana, es muy discutible… Lo que tenga que decir, o hacer, o exigir, lo puedo hacer mejor y más cómodamente, cara a cara. Aún más, comparto a medias la opinión, que alguna vez oí, de que un blog es una muestra y una obra de egolatría –aunque no fuera mi caso. Y para acabar, no tengo cuenta en ninguna red social –ni facebook, ni twitter, ni tuenti. También prefiero, a los pocos amigos que tenga, tenerlos cara a cara.

Subí al blog lo exigido, los cuatro cachivaches –gadget- que “la casa” provee. Y así ha estado, apenas sin usar todo este tiempo. Aún así, las entradas están etiquetadas: si algún alumno quiere buscar información relevante o material específico para su curso, puede picar la etiqueta correspondiente.

Ahora, y a pesar del pudor que me provoca esta decisión (por aquello de la egolatría), en vez de borrarlo, he pensado en utilizarlo para publicar lo poco que tenga que decir: mis opiniones sobre la educación, sobre lo que me sucede como profesor (educador, como se dice ahora), lo que me sugiere lo que leo sobre educación… Iba a escribir que no creo que estas opiniones importen a nadie…, lo he escrito, y escrito queda; pero tampoco me importa, o mejor: menos me importa eso. El imposible anonimato –el propio vehículo, y las técnicas de búsqueda en él, lo impiden- me da la falsa confianza que preserva el pudor que antes confesaba.

Después de esta declaración de principios, iré pues subiendo esas opiniones. La primera entrada es la propia crítica al rimbombante título de este blog: " ¿Conocimiento y entorno?... ¿Qué entorno?". Luego vendrán más.

viernes, 4 de abril de 2014

¿Qué fue del “paradigma cognitivo-conceptual”?


¿Qué se hizo de tanta gala y de tanto ingenio? La elegancia con perspectiva es siempre ridícula y un punto impotente. No sea yo pedante: tanto ropaje verbal pedagógico con excesiva frecuencia reviste banalidad; en aquel caso, tal vez, osadía psicologicista (¿existe este término?).
Tal vez este artículo podría titularse “qué fue de la LOGSE”. De ella queda mucho: la estructura del sistema educativo, sin ir más lejos. De eso escribiré más adelante.
He discutido límites a la educación, y también –y mucho más- a la pedagogía. Al intento –tonto- de pretender enseñar a aprender a un niño no cabe ponerle límites…, es humo (aclaro: no es vana la pretensión de exigir cínicamente “aprender a aprender” a un adulto, de que cada cual sea responsable de por vida de su formación, y por ende de su competencia para venderse en el mercado de trabajo; esta versión capitalista del este principio básico del “aprendizaje significativo” no es vana, es perversa: el la “competencia básica” que apunta la actual Recomendación de la Comisión Europea).
Para saber cómo aprender hay que saber mucho, muchísimo, hay que haber llegado al ápice de la formación en cada campo: y aún lejos de ese ápice, la mayoría seguramente reconoceremos humildemente que sólo sabemos copiar, que sólo sabemos reordenar-siempre a posteriori- la información que hemos ido adquiriendo…, en el mejor de los casos, que habremos aprendido cómo rellenar los huecos que esa acumulación de datos, herramientas, rutinas (como ahora se dice) iba ineludiblemente dejando.
Cuando comencé a dedicarme a esto de la educación –principio de los noventa del pasado siglo, justamente hacia el final del diseño de la LOGSE-, ya toda aquella literatura me parecía delirante: aquel Diseño Curricular Base, con tanta fuente curricular, aquellas ejemplificaciones que comenzaban con una gota de agua y acababan en el Big-Bang…  Yo no podía comprender que sus autores creyeran sinceramente que un niño –pongamos que con la adecuada guía- sería capaz de construir –de descubrir, como si ya estuviera dado- el “modelo” científico –como si tal hubiera- que a la humanidad le había costado 120.000 pergeñar… (quizá por aquel entonces yo creyera que la humanidad era incluso más antigua). Lo que pensaba, realmente, era que Coll, Marchesi, Palacios, Rivière, etcétera, no eran científicos (en el sentido tradicional del término; esto es: no eran de ciencias), eran en el mejor de los casos unos ilusos, o unos ignorantes que no sabían ni lo que no sabían (del peor género, de los que ni siquiera pueden aprender porque creen saberlo todo). En el peor de los casos, y el tiempo luego me confirmó en esta idea, unos soberbios necios que despreciaban, a la par que al conocimiento científico, a todos los pedagogos y a toda la pedagogía anterior… Yo a esto último no era tan sensible, porque ni era educador, ni tampoco pedagogo. Cuando luego me matriculé en Pedagogía, salvo en alguna asignatura en que reivindicaban el aprendizaje por descubrimiento –o aproximaciones-, apenas tuve ocasión de discutir estos tópicos. La Facultad de Pedagogía de la Universidad de Salamanca había contribuido con Diéguez –según creo- a la anterior confección curricular de la Ley General de Educación, no sé si a los Programas Renovados de los primeros gobiernos de la Democracia, con Mayor Zaragoza como ministro del ramo. La Facultad de Pedagogía había quedado muy marginada en la elaboración de la LOGSE (no así la de Psicología, en la que se encontraban muchos de aquellos autores de la pretendida revolución psicopedagógica). Todo esto sobra; pero si lo apunto es para comparar ese desprecio con el que mostraban también por toda la enseñanza anterior –no sé si llamarla pedagogía- sus archienemigos (por supuesto de aquella enseñanza, pero sobre todo de este aprendizaje guiado) de la enseñanza programada –el desprecio publicado de Skinner; pero sobre todo el más cercano del profesor de Didáctica: Gómez Dacal-.
Si escribo esto no es para saldar cuentas pendientes –que no tengo con nadie, ni a las que no podría atender desde mi posición y con esta nota: de todas las personas citadas sólo conocí a éste último, y a Diéguez de forma superficial-. Esas críticas duras (ilusos, ignorantes, soberbios) ni van, ni pueden ir dirigidas a personas reales que desconozco, sino a autores anónimos, no contemplados en su integridad, sino desde la perspectiva en la que pueden entenderse como representantes “paradigmáticos” de las ideas –estas sí: absurdas- que critico…