Bienvenida

Publiqué este blog como un ejercicio en un curso de estos de “formación permanente”: las cien horas que hay que hacer para tener sexenios. Nunca me pareció serio. Siempre pensé, además, que el sentido de un blog para comunicarse con ocho alumnos, a los que ves cuatro horas a la semana, es muy discutible… Lo que tenga que decir, o hacer, o exigir, lo puedo hacer mejor y más cómodamente, cara a cara. Aún más, comparto a medias la opinión, que alguna vez oí, de que un blog es una muestra y una obra de egolatría –aunque no fuera mi caso. Y para acabar, no tengo cuenta en ninguna red social –ni facebook, ni twitter, ni tuenti. También prefiero, a los pocos amigos que tenga, tenerlos cara a cara.

Subí al blog lo exigido, los cuatro cachivaches –gadget- que “la casa” provee. Y así ha estado, apenas sin usar todo este tiempo. Aún así, las entradas están etiquetadas: si algún alumno quiere buscar información relevante o material específico para su curso, puede picar la etiqueta correspondiente.

Ahora, y a pesar del pudor que me provoca esta decisión (por aquello de la egolatría), en vez de borrarlo, he pensado en utilizarlo para publicar lo poco que tenga que decir: mis opiniones sobre la educación, sobre lo que me sucede como profesor (educador, como se dice ahora), lo que me sugiere lo que leo sobre educación… Iba a escribir que no creo que estas opiniones importen a nadie…, lo he escrito, y escrito queda; pero tampoco me importa, o mejor: menos me importa eso. El imposible anonimato –el propio vehículo, y las técnicas de búsqueda en él, lo impiden- me da la falsa confianza que preserva el pudor que antes confesaba.

Después de esta declaración de principios, iré pues subiendo esas opiniones. La primera entrada es la propia crítica al rimbombante título de este blog: " ¿Conocimiento y entorno?... ¿Qué entorno?". Luego vendrán más.

martes, 4 de febrero de 2014

Integración


Me pidieron una firma para la organización: “change.org”. Como siempre, cito de memoria: se trataba de unos padres que querían la reprobación de un maestro –o profesor, o de la escuela entera- que ahora ya, en los últimos años de primaria, o primeros de secundaria, se portaba mal, no atendía como correspondía, a su hijo con síndrome de Down… No firmé, claro: situación parecida sufren mis compañeros; yo no, afortunadamente. Me explico, he tenido durante este el curso hasta tres alumnos “de integración”. En el aula, sólo a dos simultáneamente: uno de ellos, con catorce y quince años y una edad mental de tres. Durante dos años. Y le hacía caso. Creo que, aunque no soy mujer, me tomó algo de afecto (porque con las profesoras se llevaba de más de bien, y hasta alguna compañera de su edad se quejó, creo yo que sin demasiado motivo, de alguna muestra de cariño extemporáneo). A lo largo de los cursos, sin embargo, se acabó enfadando conmigo porque le hacía pintar sus monigotes (se cansaba: yo sabía que no podía aprender ni las letras, ni los números; pero ni siquiera quería seguir el trazo del hilo que sujetaba el globo, o pintarlo de colores, a trazos -tampoco podía exigírsele que lo rellenara de un mismo color uniforme-). Cuando cumplió los dieciséis, la orientadora convenció a su madre para que lo llevará a un centro especial. Era un muchacho algo desmedrado para su edad, que creo que sufrió una anoxia al nacer; pero completamente autónomo en cuanto a necesidades fisiológicas básicas.
El segundo llegó este curso. Es un muchacho alto y desgarbado con un retraso mental moderado. Un nivel curricular de tercero de primaria: o sea, catorce años y edad mental de ocho. No controla muy bien la cuadrícula; pero se le puede exigir que siga el libro y el cuaderno de “Conocimiento del Medio”, que le ha puesto también la orientadora. Se llevaba bien con el anterior los meses que coincidieron, a pesar del considerable desfase entre ambos. Ahora le veo más solo, y es el que me da más lástima: es el más consciente de sus dificultades, y yo cada día, y a pesar de que trato de no evitarlo, me ocupo en el aula menos de él.
El tercero se incorporó casi con un trimestre de retraso, por no sé qué problema de atención médica, casi al tiempo que el primero nos dejó. Afortunadamente, repito. Tiene quince años, edad de cinco o seis, o a saber: porque la parálisis cerebral le tiene prácticamente postrado en una silla –aunque ahora no le traen la ortopédica, y le hacen caminar algo-, porque apenas habla, y no puede mover bien los brazos, ni las manos, por lo que tiene también una especie de ordenador adaptado para poder hacer como que escribe… Puede sufrir ataques epilépticos; aunque sus padres aseguran que eso no va a ocurrir. Casualmente en todas mis clases está en “apoyo” –diecisiete horas a la semana, más o menos-, por lo que sólo un día, en que faltaba el compañero, su cuidadora me lo metió y me lo sacó de clase. Un sentimiento de humanidad universal me impidió, de nuevo afortunadamente, olvidarme completamente de él: fui consciente de que estaba allí, y de que hasta se entretuvo un rato, o le provocó curiosidad la clase de animalitos.  Pero no pasó de ser un  figurante que acompaña a los protagonistas de la acción: no me dirigí a él en ningún momento, no me preocupé de procurarle solaz o conocimiento. No puedo entender que ese fuera mi cometido: hubiera sido un insulto para todos los demás. También, como su otro compañero, se aburrió pronto. Ese es otro problema: según sus profesores, se cansa con harto frecuencia, y se niega a trabajar, y dice que le dejen mirar al patio; y además no es muy valiente, y se acobarda y se asusta, y no quiere que le dejen solo de pie.
Los niños se portan con él como pueden. No son crueles y le aceptan. Sentirán, seguramente, la misma humanidad que sentí yo. Pero, como yo, mayormente lo ignoran…, qué van a hacer: no pueden jugar con él, ni hablar con él…, ¿cómo van a estar con él? Pero sus padres se han empeñado, han removido todas las instituciones públicas –parece que tienen mucha experiencia en ello-, y han forzado, a pesar de todos los esfuerzos de la siempre mentada orientadora, a que lo “escolarizaran” en el centro.
Esta es mi versión de los hechos. ¿Mi opinión? ¿No queda clara?: esta integración es tan hipócrita como esa tolerancia que se estila: toleramos a los diferentes en cuanto se integren, pues si no se integran, son ellos los que se marginan (son culpables, no quieren). Porque no hay nadie que no pueda ser “como nosotros”: es todo cuestión de voluntad. Porque ese nosotros no existe, existen “las personas” (como nosotros, obviamente). Y es en el diálogo (entre iguales) donde alcanzamos la (nuestra) perfección personal. Porque si la opinión no es unánime, como no suele desgraciadamente ser, es porque existen bajos egoísmos y oscuros intereses de gente que es objetivamente no como nosotros … (las personas…).
Un cierto pudor me impide explicarme (será por los mismos motivos que acabo de parodiar, tal vez); pero debo hacerlo: aceptar a los demás, es aceptarlos en su diferencia. Y entender y atender a los demás es entender sus necesidades y atenderlos en sus diferencias. Y debían ser sus más allegados los que mejor deberían comprenderlo, y esa sería su mayor demostración de amor. Porque este otro comportamiento, de negar la “evidencia” de sus necesidades personales, de actuar como si fuesen “personas como las otras”, como ese “nosotros” absurdo y egocéntrico, solo evidencia un egoísta amor propio.