Bienvenida

Publiqué este blog como un ejercicio en un curso de estos de “formación permanente”: las cien horas que hay que hacer para tener sexenios. Nunca me pareció serio. Siempre pensé, además, que el sentido de un blog para comunicarse con ocho alumnos, a los que ves cuatro horas a la semana, es muy discutible… Lo que tenga que decir, o hacer, o exigir, lo puedo hacer mejor y más cómodamente, cara a cara. Aún más, comparto a medias la opinión, que alguna vez oí, de que un blog es una muestra y una obra de egolatría –aunque no fuera mi caso. Y para acabar, no tengo cuenta en ninguna red social –ni facebook, ni twitter, ni tuenti. También prefiero, a los pocos amigos que tenga, tenerlos cara a cara.

Subí al blog lo exigido, los cuatro cachivaches –gadget- que “la casa” provee. Y así ha estado, apenas sin usar todo este tiempo. Aún así, las entradas están etiquetadas: si algún alumno quiere buscar información relevante o material específico para su curso, puede picar la etiqueta correspondiente.

Ahora, y a pesar del pudor que me provoca esta decisión (por aquello de la egolatría), en vez de borrarlo, he pensado en utilizarlo para publicar lo poco que tenga que decir: mis opiniones sobre la educación, sobre lo que me sucede como profesor (educador, como se dice ahora), lo que me sugiere lo que leo sobre educación… Iba a escribir que no creo que estas opiniones importen a nadie…, lo he escrito, y escrito queda; pero tampoco me importa, o mejor: menos me importa eso. El imposible anonimato –el propio vehículo, y las técnicas de búsqueda en él, lo impiden- me da la falsa confianza que preserva el pudor que antes confesaba.

Después de esta declaración de principios, iré pues subiendo esas opiniones. La primera entrada es la propia crítica al rimbombante título de este blog: " ¿Conocimiento y entorno?... ¿Qué entorno?". Luego vendrán más.

jueves, 25 de septiembre de 2014

No me he enterado de nada... ¡Bendita estancia de la tontería!

Fue mi primo quien me habló del supuesto descubrimiento arqueológico. Accedí a su presentación en el medio –ya digital, como es casi todo en la actualidad-, y luego al artículo revolucionario. Y hasta insistí con uno de los enlaces, el que conducía a la inevitable “piedra de Rosetta” supuesta. Como todo era un sinsentido, no puedo afirmar que las “opiniones” que aparecían en el periódico digital fueran sinceras –esto es: la de unos pobres memos que hubieran picado-, o si no eran sino otros “artefactos” (aplíquese la acepción oportuna) construidos para redondear el montaje.Como no atiendo al medio, como no lo sigo, desconozco el recorrido de la “obra de arte” (“happening” o como quiera clasificarse). Supongo que sin demasiada pena ni gloria, en gran medida ignorada (es difícil sobresalir entre tanto ruido), entre alguna mueca de escepticismo y aburrimiento (¿quién puede atender a todo lo que sale?), alguna de malestar y aburrimiento (la de algún filólogo que se haya sentido ofendido), y hasta alguna de auténtica sorpresa y satisfacción (comprensibles)…
Mi postura es la de escepticismo y aburrimiento. Me explico: sé que es una noticia falsa; pero no soy un especialista en el tema, y ni voy a perder el tiempo tratando de desautorizarla con algún rigor –para lo que no estoy capacitado-, ni me siento aludido como parte de esa “comunidad científica”.
Pero, ¿a santo de qué, otra de estas pretendidas demostraciones de la impostura científica?, esa supuesta demostración de nuestro papanatismo ante el aparato científico, ante los usos y métodos de la investigación científicas, ante las formas de la academia. De tiempo en tiempo, aparece uno de estos trabajos –con mayor o menor ingenio, o con mayor o menor humor-.
Yo no formo parte de la academia. Tal vez, esa sea una de las razones de escribir estas reflexiones: me haya faltado capacidad para integrarme en ese mundo, y ahora me sobre el tiempo que hubiera podido emplear en él. No soy, pues, sospechoso. Tampoco creo ser un papanatas acrítico: en la anterior nota justamente mostraba mis dudas. Puedo, por tanto, reivindicar el valor de este conocimiento, el científico, el único que realmente puede considerarse “humanamente” tal. Y mucho más desde la educación: puede que yo “no me haya enterado de nada”, y puede que todo sea una maravillosa fábula coherente y congruente; pero es la única que existe, y la única que proporciona bienestar, y la única que justificadamente puedo transmitir a mis alumnos.
Lo demás, enmarcado en este contexto de certeza, es una frivolidad indigna, obviamente culpable.