Bienvenida

Publiqué este blog como un ejercicio en un curso de estos de “formación permanente”: las cien horas que hay que hacer para tener sexenios. Nunca me pareció serio. Siempre pensé, además, que el sentido de un blog para comunicarse con ocho alumnos, a los que ves cuatro horas a la semana, es muy discutible… Lo que tenga que decir, o hacer, o exigir, lo puedo hacer mejor y más cómodamente, cara a cara. Aún más, comparto a medias la opinión, que alguna vez oí, de que un blog es una muestra y una obra de egolatría –aunque no fuera mi caso. Y para acabar, no tengo cuenta en ninguna red social –ni facebook, ni twitter, ni tuenti. También prefiero, a los pocos amigos que tenga, tenerlos cara a cara.

Subí al blog lo exigido, los cuatro cachivaches –gadget- que “la casa” provee. Y así ha estado, apenas sin usar todo este tiempo. Aún así, las entradas están etiquetadas: si algún alumno quiere buscar información relevante o material específico para su curso, puede picar la etiqueta correspondiente.

Ahora, y a pesar del pudor que me provoca esta decisión (por aquello de la egolatría), en vez de borrarlo, he pensado en utilizarlo para publicar lo poco que tenga que decir: mis opiniones sobre la educación, sobre lo que me sucede como profesor (educador, como se dice ahora), lo que me sugiere lo que leo sobre educación… Iba a escribir que no creo que estas opiniones importen a nadie…, lo he escrito, y escrito queda; pero tampoco me importa, o mejor: menos me importa eso. El imposible anonimato –el propio vehículo, y las técnicas de búsqueda en él, lo impiden- me da la falsa confianza que preserva el pudor que antes confesaba.

Después de esta declaración de principios, iré pues subiendo esas opiniones. La primera entrada es la propia crítica al rimbombante título de este blog: " ¿Conocimiento y entorno?... ¿Qué entorno?". Luego vendrán más.

lunes, 27 de octubre de 2014

¿Hacia dónde caen las cosas en la Luna?



Dicho así, con esas palabras, parece un trabalenguas. En la clase, de 1º de ESO, “las cosas” –cualquiera que sean- requieren su explicación, su oportuna glosa, su repetición de diferentes maneras. “Sí, dejáis caer una piedra…, ¿a dónde va?”… “Imaginaos que estáis en la luna y dejáis caer algo”, … “Venga, ¿os hacéis una idea?”… 
Las respuestas han sido absurdas –a cada cual más. “Hacia la Tierra” -aclara, cuando insisto, que no está hablando del suelo lunar. “Hacia arriba” –aclara, cuando insisto, que porque no hay gravedad. “Hacia el Sol” –hacia dónde va a ser, si no es hacia arriba o hacia la Tierra… No me sorprenden estas respuestas –las esperaba, y por eso formulé la pregunta, aunque también esperaba que en el torrente de respuestas alguien dijera “A la luna” –pero eso no era natural: a la luna no deben caer las cosas DESDE la luna.
¿Es que estos alumnos no han visto películas de astronautas en la Luna, si acaso no las propias grabaciones de la NASA? Con toda probabilidad, sí las han visto; pero aunque así sea, la escuela está por definición para los niños descontextualizada de la realidad. Pero aún estándolo, ¿qué diseño curricular asumimos, qué libros de texto elaboraremos con presunciones absurdas, con presupuestos de obviedad, que no lo son para quien los está adquiriendo…?
En el caso que me ocupa, no saber que en el Universo no hay arriba y abajo; derecha e izquierda; ni adelante y atrás. Que esos seis puntos cardinales (seis puntos que vienen sin conocer, que hay que repetir cien veces) existen en tanto que hay un “punto de referencia” –aclaramos, en cuanto hay un lugar en que estoy, o puedo estar, yo. Luego viene el concepto de gravedad, luego el de masa y peso. Luego…
Me produce un cierto pudor citar a Piaget –como si el tiempo hubiera ya erosionado sus claros y distintos hitos (y no, no los ha erosionado, solamente la necesidad y la acumulación de nueva investigación de los nuevos investigadores  los ha ido sepultando)-, pero ciertamente los preadolescentes de doce años no han alcanzado su estadio de operaciones lógicas abstractas: a mis alumnos (a casi todos, claro: de cualquier año, de cualquier centro) les resulta muy difícil entender qué sea la proporcionalidad, qué sea reducir a la unidad, o realizar una “regla de tres”. Sin esa “función afín” (así me lo enseñaban a mí, recuerdo), y sin distinguir volumen y masa, no es posible entender la densidad; ni poder operar con la velocidad, aun suponiendo que distingan con cierto sentido el tiempo y el espacio.
¿Estoy pues abogando por que no se instruya en conceptos para los que no están todavía cognitivamente maduros? En absoluto, no es mi postura esperar para cuando probablemente ya será tarde. A mis alumnos les cuento todo eso, y más. Una y cien veces, de mil maneras distintas se lo repito. Muchos desconectan. Algunos –pocos- se aburren, porque lo entienden o lo traen entendido. Pero unos cuantos van aprendiendo. O se quedan con algo, o se plantean los problemas que más adelante resolverán, y les parecerán obvios, y que no recordarán que alguna vez les hubieran parecido incomprensibles (como a todos nos parece increíble que a un niño no se le conserve la cantidad de agua cuando vertemos el vaso en la cazuela). Pero creo que es imprescindible recordar “siempre” que nuestra actividad tiene sentido en cuanto facilita que nuestros alumnos aprendan. No es desde nosotros (ni mucho menos, obviamente, para nosotros) desde donde se justifica nuestra actividad: es en función de ese aprendizaje de los alumnos desde donde debe planificarse. Siempre, y esto aunque desgraciadamente demasiadas veces ellos mismos no lo entiendan.

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