Bienvenida

Publiqué este blog como un ejercicio en un curso de estos de “formación permanente”: las cien horas que hay que hacer para tener sexenios. Nunca me pareció serio. Siempre pensé, además, que el sentido de un blog para comunicarse con ocho alumnos, a los que ves cuatro horas a la semana, es muy discutible… Lo que tenga que decir, o hacer, o exigir, lo puedo hacer mejor y más cómodamente, cara a cara. Aún más, comparto a medias la opinión, que alguna vez oí, de que un blog es una muestra y una obra de egolatría –aunque no fuera mi caso. Y para acabar, no tengo cuenta en ninguna red social –ni facebook, ni twitter, ni tuenti. También prefiero, a los pocos amigos que tenga, tenerlos cara a cara.

Subí al blog lo exigido, los cuatro cachivaches –gadget- que “la casa” provee. Y así ha estado, apenas sin usar todo este tiempo. Aún así, las entradas están etiquetadas: si algún alumno quiere buscar información relevante o material específico para su curso, puede picar la etiqueta correspondiente.

Ahora, y a pesar del pudor que me provoca esta decisión (por aquello de la egolatría), en vez de borrarlo, he pensado en utilizarlo para publicar lo poco que tenga que decir: mis opiniones sobre la educación, sobre lo que me sucede como profesor (educador, como se dice ahora), lo que me sugiere lo que leo sobre educación… Iba a escribir que no creo que estas opiniones importen a nadie…, lo he escrito, y escrito queda; pero tampoco me importa, o mejor: menos me importa eso. El imposible anonimato –el propio vehículo, y las técnicas de búsqueda en él, lo impiden- me da la falsa confianza que preserva el pudor que antes confesaba.

Después de esta declaración de principios, iré pues subiendo esas opiniones. La primera entrada es la propia crítica al rimbombante título de este blog: " ¿Conocimiento y entorno?... ¿Qué entorno?". Luego vendrán más.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Educación y entorno.


El IES ha abierto expediente a dos alumnos de 1º de ESO. No llevan tres meses, y acumulan no sé cuántas amonestaciones y apercibimientos. A mí me maullaron en clase, se lanzaron bolas de papel, se me cambiaron de grupo… No me daban excesivamente la lata: a pesar de los maullidos –un día-, o de las bolas de papel –cuando yo nos les veía, uno o dos días más, y no fueron los únicos-, ni me interrumpían demasiado las clases, ni nunca se me enfrentaron… No hacían –o hacen- nada, por supuesto: ni atienden a las explicaciones, ni toman los apuntes en el cuaderno (les dicto preguntas y respuestas del libro de texto, les hago copiar los dibujos del encerado), ni hacen los ejercicios. Atienden y copian hasta que se aburren, escriben y se mandan sus múltiples notas, dibujan sus tristes y tópicos diseños –muchos pretendidamente obscenos-, de vez en cuando hablan y molestan, y con mucha frecuencia se pasan largos ratos mirando al vacío…
La compañera que ha tenido que instruir uno de los expedientes está desolada. ¿Qué se puede hacer, qué se debe hacer, con alumnos tan pequeños, que llevan tan poco tiempo con nosotros?
Hay que explicar las características del centro: rural, atendiendo a un área bastante despoblada, incluso con población dispersa en las dehesas, con pocos alumnos. Todos familias conocidas en sus entornos. Una sociedad conservadora de la España profunda. Representan los valores tópicos de Castilla: seriedad, firmeza, sencillez, rectitud. De hecho, muchos alumnos quieren ser toreros.
A estos alumnos también se les conoce bien. No han repetido un curso en Primaria, aunque los niveles de uno de ellos se corresponden con los de tercero (es lo que viene diciendo el Equipo de Orientación, a mí me parece que escribe bastante bien y, desde luego, ninguno de ellos muestra ningún retraso de desarrollo ni físico, ni intelectual). Sus familias, por uno u otro motivo, no se ajustan a este modelo de sociedad conservadora. Ambos tienen hermanos mayores, y también sus hermanos mayores han fracasado en la escuela (uno de estos, puede que llegue a titular).
Estos objetores escolares –hemos tenido alguno más- destacan mucho, porque aunque los resultados académicos del IES no sean muy brillantes, afortunadamente, no abundan mucho. Entonces, contando con este centro enclavado en una sociedad tan estable, con un alumnado tan poco numeroso y tan poco conflictivo, con un claustro de profesores maduro y homogéneo –muy mayoritariamente compuesto por funcionarios, con bastante experiencia, de edad parecida, en el que apenas hay cambios de año en año-…¿qué se puede hacer para rescatar a estos alumnos que ya, a la primera de cambio, están perdidos?
Le di mi opinión a la compañera: “nada”; “poco o muy poco”. Y a otros compañeros. Todos los sabemos: sabemos lo que les espera a estos alumnos, y lo que nos espera: aguantarles cuatro años más, cada año de peor manera. Al final, para ellos, un certificado de escolaridad. Probablemente, un módulo de formación profesional básica –el PCPI, como lo llaman ahora.
¿Qué se podría hacer? En el centro, nada. Lo sabemos todos: habría que sacarles de clase, tendríamos que comprometernos todos a impartir un programa alternativo, que tendría que ser consensuado y coherente, en otra hora adicional. Una posibilidad irreal, poco factible: aun suponiendo un compromiso colectivo, su puesta en práctica sería demasiado compleja, teniendo en cuenta la estructura organizativa del centro. Las otras, y seguras medidas, son formas encubiertas de autojustificación y fracaso: alguna medida disciplinaria contemplada en la legislación vigente (ahora no se puede citar la palabra “expulsión”) ; luego, alguna hora más de apoyo en lengua y matemáticas…
Fuera del centro, … La Iglesia sabe cómo educar a sus cachorros desde hace siglos. Nosotros, también. Se coge a un niño, mejor de diez que de doce años. Se le saca de su entorno. Se le introduce en un ámbito cerrado, estrictamente organizado, con una rutina sostenida, con el tiempo ocupado, con una jerarquía bien visible y unas normas claras y manifiestas. Y no solo eso: se le presenta una lógica unívoca y evidente, se le ofrecen métodos y medios para sublimar pasiones, se le presentan nítidas expectativas de futuro –que trascienden la vida misma-, se… Las probabilidades de éxito, incluido con honestidad el éxito paradójico (la contestación interna), son elevadísimas.
Y no solo lo sabe la Iglesia: lo saben todas las iglesias, y los ejércitos, y hasta los correccionales. Si unimos al método un personal entregado, convocado por la providencia a la tarea de instruir a nuevos soldados –no el tipo de funcionario gris al servicio de la organización-, se pueden explorar nuevos campos, algunos con un toque más “humano”: la escuela de circo, la escuela-hogar, la granja-escuela…
¿Es esto lo que queremos? Afortunadamente, estas alternativas tampoco son posibles en la práctica. Lo más aproximado sería un “internado”, al que estos alumnos, según creo, tampoco podrían acceder.
“Habría que”… Sí, pero aunque me desdiga, la voluntad política requiere también ideas claras y distintas. ¿Cómo entiendo yo la educación?, ¿qué finalidad tiene para mí la educación?, ¿qué ideal de sujeto conforma en mí el ideal de educación?, ¿qué hago yo en un sistema escolar de estado?, ¿qué estoy dispuesto a aportar a mi acción educativa y a cambió de qué?...
Quizá, como le he comentado a la compañera, lo realmente sano y maduro es aceptar ese papel de funcionario. Rechazar el narcisismo implícito que supone considerarse el responsable de todos los males del universo, o –en el minúsculo rincón que ocupamos- responsables de todos los fracasos de la educación.

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